Alguna
vez visité, una de estas gitanas que leen la mano. Ojeé en el periódico
matutino el anuncio publicitario, acompañado de un dibujo de una mujer llena de
anillos en sus manos y una pañoleta en la cabeza, sonriendo ante una bola de
cristal que le iluminaba el rostro, y esa mirada... La verdad no tengo ni idea
por qué lo hice, siempre me creí escéptico, más con los gitanos… que, ya saben,
no tienen una buena fama. Tal vez fue curiosidad, tal vez no sea tan escéptico
como creía… o tal vez me cautivó esa mirada en el dibujo.
Recuerdo
que golpee a la puerta de una casona vieja, de puerta de madera, alta, pesada y
poco cuidada, que al abrir… chirrió como en una película de terror; eso me hizo
pensar en ese instante, que no era por mero descuido, sino que era adrede no
hacerle mantenimiento a las bisagras, porque aunque la casa era vieja, tenía en
general un estilo lujoso y cuidado… así que el truco terminaba dando un toque
de misterio desde la entrada. Tal vez eso era lo que querían lograr, y se los
aseguro, lo lograron.
«Busco a Madame Doly» le dije a una joven que me abrió la puerta, y que me miraba
con una serenidad… tranquilizadora.
«Dori, Madame
Dori» me corrigió con una sonrisa tirada hacía la derecha «… sigue, te está
esperando»
“¿Me está
esperando?”, pensé, mientras reía en mi cabeza, por todo el ejercicio sugestivo
que desplegaban al decir y hacer cosas… sólo para poner una visita súbita en
contexto. Le sonreí a la muchacha en pleno, pues me pareció muy simpática; tenía
un vestido muy sencillo… un poco recatado, pero eso no le quitaba encanto...
tal vez así eran las secretarias de las brujas.
«Sigue por el
pasillo, al fondo» me dijo amablemente, mientras cerraba la estruendosa puerta,
dejando en penumbras el lugar.
«Gracias» le
respondí sin mirarla, atento más a donde pisaba, estaba algo oscuro. Y seguí
por un pasillo largo, de pisos cubiertos por una suave alfombra que se
distinguía a media luz de un color rojizo; con paredes irregulares y por encima
un techo que dejaba ver una estructura de sostén hecho en guaduas y esterillas.
«¡Ah! ¿Dónde es…?» me di vuelta para preguntarle a la joven, pero ella no
estaba. Así que me quedé quieto en el lugar, pensando que tal vez cuando
cerraba la puerta, ella salió… ya que a lo largo de todo el pasillo recorrido,
no había entradas a ningún cuarto, ni ventana alguna, ni escalera al techo.
Algo dentro de mí de pronto explotó, como si hubiera recibido una cachetada
psicológica, y me hizo preguntar: “¿Qué demonios hago aquí en este lugar?”… me
quedé estacionado en mitad del pasillo un poco más de 30 segundos, antes de
decidir salir de ese sitio… Llegando a la puerta, oí una dulce voz femenina,
que me dijo: «Camilo, sigue por favor… te estaba esperando»
No lo podía creer
¿cómo supo mi nombre? Voltee a mirar y veía el largo pasillo, añejo y oscuro,
con sus vericuetos lánguidos, pero a ninguna mujer. Sin perder tiempo, tomé el
prestillo del portón y lo abrí, halando con fuerza la pesada puerta, que crujió
tétricamente como el maderamen de un galeón fantasma, dejando entrar en toda su
magnitud la luz del día… y sin atender mucho al cuidado de cerrarla tras de mí,
la dejé abierta de par en par, y escapé, sí… literalmente escapé. Me detuve a
uno pocos metros y miraba la vieja casona, su fachada de colores vivos, una
ventana de marco antiguo y rejas de protección en madera, estilo colonial. Lo
primero que se me ocurrió pensar, estando ya en la calle, es que tenía que ser
alguna banda delincuencial… de alguna manera, en el instante mismo que había
llegado, me investigaron… tal vez una cámara en el armatoste de madera que era
esa puerta, que registró mi rostro, luego una base de datos para cotejar los
detalles; todo un equipo informático para constatar en redes sociales la
información personal y ¡pow! Hacerme creer que las gitanas lo saben todo… ¡WTF!
¿Tanto para tan poco? Fue la manera como me opuse a la idea de una ultra
organizada sociedad criminal, yo sólo era un estudiante de universidad pública.
No sé qué tantas
cosas pasaban por mi cabeza, pero quise acercarme para ver, en la seguridad de
la calle, un poco hacia dentro de la casa. Cuando estaba a punto de mirar más
allá del principio del pasillo, donde me había recibido la joven… el portón se
cerró violentamente. «¡Ok!» Y me largué de ahí.
Ya de camino a
olvidar todo lo ocurrido, se enredó entre las dendritas de mis neuronas un
pensamiento macabro, que me puso un tanto nervioso por haber estado así de
cerca… Sí, no tenía nada de valor que me pudieran robar, sólo era un humilde
estudiante universitario que tenía un humilde trabajo para pagar los estudios
(y en el bolsillo sólo unos cuantos pesos), y seguro un equipo de hackers que
lograra, con nada, descubrir mi nombre, también lo hubieran sabido… Pero, y si
no era dinero lo que buscaban, sino riñones sanos o mi corazón o mis corneas. Mi
ruta de dispersión cambió, y me dirigí a la casa de mi primo Marco, un ex
militar de las fuerzas especiales del ejército norteamericano. Él asesoraba
compañías de seguridad privada, y era un amplio conocedor de tecnología militar
para hacer inteligencia; de hecho en su casa, tenía un estudio que parecía la
central de inteligencia de la CIA, era el oponente perfecto. Cuando llegué a la
casa, lo encontré jugando con sus hijos en el patio de en frente. Me recibió
con calidez, igual que los niños, que entraron con la mamá, cuando él les pidió
que lo hicieran, al escuchar que yo tenía algo que comentarle en privado… Y le
conté todo. Él, con el aprecio de la familia, no se hizo esperar y nos
dirigimos en su auto hasta el lugar… ya casi estaba cayendo la tarde. Nos
detuvimos en la esquina de la calle, donde había estado hace unas horas antes,
y seguimos a pie, por la acera contraria… no podía dar crédito a los que veía,
o mejor… a lo que no veía. La puerta ya no estaba, toda la maldita casa… ya no
estaba. Entonces saque de mi mochila el periódico matutino y busqué el anuncio
publicitario. Justo en el espacio, donde había visto a la gitana con el rostro
iluminado por su bola de cristal, y… esa mirada, ahora había el dibujo de una
mujer que sonriente exponía la nueva cocina para las familias modernas.
«Hey, tonto, ten
cuidado con lo que fumas en la universidad pública. Que no se entere la tía» Me
dijo mi primo, con voz firme, pero burlesca… «… dale, te invito a cenar en
casa»
Todo fue tan
confuso, y mi cabeza era peor que un madejo de anzuelos… que ni siquiera me
atreví a defenderme, y decirle a mi primo… que no era un tonto, que no metía
porquerías tóxicas, ni ahora, ni nunca.
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