Nancy,
de pie frente a la puerta del 405 sintió que le temblaba todo el cuerpo, la
ansiedad de desentrañar los secretos que se escondían dentro de las paredes de
su casa le tenía con los pelos de punta. Corrían ya casi las 6:30 pm. «¿Puedo hacerle una pregunta? Es muy
importante para mí», se decidió a decir, mientras la mujer hizo un ligero gesto
de desagrado, mientras acomodaba los paquetes en sus brazos, que comenzaban a
pesar en la inactividad. «Pero yo ahora no tengo tiempo», respondió la mujer,
en un intento por librarse de su inesperada compañía. Nancy lo notó, pero no
estaba dispuesta a dejar pasar ese momento, casi nunca en su vida, había dejado
pasar una oportunidad… y esta no iba a ser una de ellas. «Por favor… dos
pregunticas», y después de un eterno silencio de tres segundos, la mujer la
hizo entrar a la sala de visitas.
«Disculpa ¿le
puedo ofrecer algo?» Preguntó con formalidad la mujer, pero esperando una
negativa. Nancy le respondió que no se preocupara, no se iba a demorar. Se
sentaron una frente a la otra y antes que la muchacha preguntara, su vecina se
adelantó: «¿Por qué me preguntó cuánto tiempo tenía viviendo aquí?». La
muchacha suspiró y dijo: «¿Sabe usted quién vivió en el 406, antes que yo
llegara?»
«Ese apartamento
estuvo sólo los últimos 8 meses, hasta que usted llegó…» contó la mujer, con el
tono de vos de alguien conocedora de lo que dice «… el último dueño fue un
viejito»
Nancy sintió un
martilleo constante en la cabeza al escuchar lo que le contaban… y en cada
golpe escuchaba para sí: “¡Pum! Era cierto lo que había dicho ese niño”… “¡Pum!
Ya no quiero estar en ese lugar”… “¡Pum! Tengo ganas de llorar”… «¿El viejito
se suicidó allí» Preguntó de manera súbita.
«¡Oh! No…»respondió
inmediatamente la mujer, percibiendo como Nancy había adquirido un semblante pálido,
bastante lúgubre: «… él enfermó un mes antes y los hijos lo hospitalizaron.
Murió en el hospital…» y comprendiendo la inquietud de la chica, agregó «… No
te preocupes, en este edificio nadie nunca se ha llegado a suicidar.» Y se
regocijó al ver que el rostro de la muchacha recobraba su expresión natural.
Por esas extrañas
cosas de la vida, Nancy trajo a la memoria de nuevo su sueño… Y aunque no podía
explicarlo, supo que la escena onírica de la silueta del hombre, que había
visto a contraluz por la ventana, no había ocurrido en su apartamento… era la
casa de sus padres. Entonces recordó lo que la madre le cuenta: que cuando
niña, su papá, entró a la habitación donde ella dormía, sin encender las luces,
a eso de las 3:00 am, para darle la bendición; pues estaba presentando un
infarto e iba al hospital con su hermano mayor. Nancy no lo volvió a ver más
con vida.
Todo esto hizo
parte de una inesperada conversación con la vecina del 405, que se prolongó
casi hasta las 8:00 pm. Hubo un poco de café y galletitas con chispitas, y una
caja de pañuelos que se terminó más pronto que las galletas. Cuando la estaba
despidiendo en la puerta, la mujer miró a Nancy con una sonrisa compasiva y le dijo
con voz cándida: «De todas formas corazón, hubo algo en ti que te trajo ese
episodio que tenías olvidado. No sé, las historias… la hora. Tal vez necesites
tener una despedida de tu papi» Y Nancy reconoció el vacío que aún sentía en el
centro de su alma y que siempre quiso llenar siendo la mejor, como su padre
siempre le decía. Miró a la mujer, que ahora era su tercera mejor amiga; y en
un casi susurrado, pero fuerte gesto… le dijo: «Gracias». Sonrieron y se
despidieron.
Cuando Nancy estaba
abriendo la puerta de su apartamento, sintió que ya no tenía miedo, pero sí un
profundo pesar. Entró, pero antes de cerrar… escuchó que la llamaron: «¡Nancy!...»
Salió y era su vecina, traía una expresión de extrañeza…
«Esa historia del
suicidio en este apartamento, es extraño. Eso era un juego de los niños, cuando
el viejito murió y hasta ahora que tú lo mencionas… no lo había vuelto a
escuchar… », contaba la vecina con su tono de voz de alguien que realmente sabe
lo que dice, «De hecho el apartamento no se vendía porque había un niño, que siempre
le preguntaba a los que querían comprar, si iban a vivir donde el viejito se
había suicidado»
«Pues a mí nadie
me preguntó», apunto la chica con una sonrisa descansada, aunque un poco
confusa.
«No, claro que
no. Porque seguro, como todos los demás te hubieras ido sin decir nada…» dijo
la mujer con una sonrisa pesarosa, y agregó: «Hace un mes, cuando los dueños se
dieron cuenta por qué nadie compraba este lugar, y descubrieron al responsable…
le pegaron un susto tan grande al niño una tarde, que salió corriendo, escapó
por la portería hacía la calle y al cruzar la carretera buscando a la mamá que
estaba en la tienda de enfrente, no se fijó que venía un camión y lo atropelló…
Tenía sólo 11 añitos, alma bendita».
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