Dentro
de su cabeza sonaba un ruido sordo, entre un pitido de auto y tambores… «¿Qué fue lo que dijo ese niño?»… Ella había escuchado claramente,
pero parece que intentaba negarse a ello, dando la posibilidad de tan siquiera
no haber escuchado, lo que realmente escuchó. Y fue cuando súbitamente recordó
vagamente, que en su sueño olvidado, había una silueta de un hombre, a contra
luz de la ventana de su habitación.
Fueron
segundos en los que quedó como detenida en el tiempo: «¿Un suicidio?», se preguntó a sí misma… Así, creyó,
que lo más justo era saber la verdad y buscó al administrador del edificio de
apartamentos donde vivía; y si no lo encontraba a él, quien fuera debía
responderle... Tenía que obtener una respuesta, pues en esa incertidumbre ya había
planeado que no dormiría ahí esa noche. Ese niño la había sacado de su estado
de alegría y comodidad, con algo que ni sabía si era cierto. Nancy no era el
tipo de mujeres que creyera en fantasmas y esas cosas, pero no era tanto lo que
posiblemente hubiera ocurrido en su apartamento, con la gente que vivía antes
ahí, sino el recuerdo de una parte del sueño que tanto la había
intranquilizado, y que la intranquilizaba más ahora.
«Lo siento, el
señor Martínez no está. Él se fue a las 5 pm. Ya toca que lo busque mañana»,
dijo la guarda de seguridad que iniciaba el turno de las 6 pm. Pero Nancy le
preguntó a la guarda, si sabía quién ocupaba antes el apartamento 406. La
respuesta fue negativa, la guarda no hace mucho había ingresado a trabajar ahí;
pero le dio la opción de averiguar con el señor que hacía el turno a las 6 am,
y que llevaba bastante tiempo empleado ahí. La chica lo pensó un rato,
agradeció a la guarda y subió a su apartamento para sacar algunas cosas. Haría una
llamada a Laura, y hasta no saber qué había sucedido en su residencia, no
dormiría ahí.
Estaba abriendo
la puerta del apartamento, cuando escuchó pasos tras ella, alguien subía la
escalera. Nerviosa se detuvo a mirar quién era, era la vecina del 405. Traía dos
paquetes grandes, así que Nancy se ofreció a ayudarle, y aunque en un principio
la mujer se negó a recibir la ayuda, termino por aceptar ante la insistencia de
la chica. La vecina del 405, era una mujer madura, desgarbada, pálida, que
aparentaba tener uno 55 a 60 años, aunque realmente tenía 49. Nancy la había
visto esa mañana y le parecía que estaba enferma. La acompañó hasta la puerta,
y cuando ella la abrió tomó el paquete que le habían ayudado a cargar, dio las
gracias en un tono de vos amable, pero apagado; y entró sin levantar la vista...
Nancy, como por
un acto reflejo puso su mano en la puerta, antes que la cerrara: «Perdón
¿cuánto tiempo lleva usted viviendo aquí?» No pudo resistir preguntar… La
situación como se presentó, hizo que la vecina levantara los ojos y mirara a
Nancy directamente a los suyos un poco sorprendida: «Desde que levantaron este
edificio, hace quince años» respondió la mujer.
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