«Te traje un café. No te ves muy bien esta mañana…» Y Laura puso el café caliente sobre el escritorio de Nancy,
acomodando un poco varios papeles en desorden, «… y dos papeletas de azúcar».
«Gracias
amiga. Lo necesitaba…», expresó Nancy con honesta emoción. «… estoy hecha un
ocho hoy».
Cuando
el jefe de oficina salió a supervisar sus empleados, Laura se retiró a su
lugar, comentando en un tono medio: “Debe ser la emoción de un apartamento
nuevo. Tenemos que inaugurarlo”, y le guiñó el ojo.
Por
alguna extraña razón, Nancy sabía que su estado no se debía la emoción de
estrenar casa propia, era algo que no podía definir, explicar… era algo tan
oculto como el sueño que había tenido y que no recordaba, pero que estaba ahí.
Después
del café, las cosas fueron mejor. La hora del almuerzo pasó entre planes de una
gran fiesta en el apartamento nuevo, bromas de los compañeros, risas que
dejaron atrás cualquier resquicio de cansancio. Durante la tarde una mano de
apoyo de su amiga, hizo que el trabajo no terminara estancado, aliviando la
presión: “Que sería la vida sin mis amigos y Laura”, pensaba Nancy, mientras
regresaba a casa después de la hora de salida.
La
tarde estaba fresca, de una brisa costera que traía olores que hacían recordar
la infancia. Se sintió de pronto tan feliz, que quiso caminar hasta casa, pasar
a comprar algo para la cena… un vino tinto tal vez; mirar un poco la gente
pasar, tal vez regalar alguna sonrisa. Sí, de pronto no recordó nada más en ese
instante que el simple hecho de estar ahí, de vivir el momento, de disfrutarlo…
y aunque los recuerdos de su infancia trajeron la imagen de su padre, aun así
se sintió feliz, porque sabía que él estaría orgulloso de ella.
Ya
casi el reloj marcaba las 5:40 pm, cuando Nancy tomo la calle que la llevaba
directo a su apartamento. Vio algunos de sus vecinos barriendo las hojas caídas
de las acacias, demasiado absortos en su labor de cada día con la llegada del
viento, que apenas sí respondieron a su saludo de: “¡Buenas tardes!”. Ninguno
la miró. Aunque eso no le preocupaba a ella, sabía que en estos tiempos la
gente es más recelosa con la gente a la que deposita su confianza, más si en
nueva en el barrio… sí, los tiempos de dar la bienvenida con pastel de manzana,
eran historia, pensó la chica, riendo también en su mente.
Faltaban
escasos diez metros para llegar. Al fondo se veía un grupo de niños jugando a
la pelota. Tal vez cuando conozca más a sus vecinos, hasta puede salir a jugar
pelota con esos niños, seguía pensando; y en ese proyecto se visualizó de nuevo
tan feliz, que rabió en deseo de invitar a todo el mundo a la inauguración de
su apartamento. Ya se le habían ocurrido nuevas ideas para ese día, ideas que
iba registrando mentalmente, mientras sacaba las llaves del bolso. Y estaba tan
distraída que por poco choca con un pequeño vecino, de unos 11 años, que salía
del edificio de apartamentos donde vive Nancy.
«Hola»,
dijo el niño… que salió corriendo, como huyendo, al sentir la mirada de Nancy,
como un reproche lleno de horror y enfado, mezclado con un silencio que apagó, en
un profundo estupor, las preguntas que explotaban en su cabeza… cuando escuchó
al niño que después de saludarla le curioseaba, si era ella la que vivía en el apartamento donde se
había suicidado el viejo.
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