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miércoles, 27 de mayo de 2015

El gato en el ático III (final)

La casa de la joven pareja, se llenó de curiosos, gente que ni habían visto desde el día que llegaron... al parecer, ese día conocieron a todo el barrio. La policía tuvo que acordonar el lugar con cinta amarilla, para evitar que la multitud se metiera a la casa a husmear. Samuel y July, no salían del desconcierto.
Uno de los agentes de policía, el que estaba a cargo, se acercó a la pareja y les dijo con voz serena, pero segura: “Esta casa parece que tiene su historia… No se preocupen, esto no es nada reciente, así que ustedes no se van a ver involucrados en nada. Estaremos pendientes”. Samuel y July, le miraban con ojos grandes, asintieron con la cabeza, pero no supieron qué decir. “¡Ah! Una última cosa, -dijo el agente- mañana puede venir un forense junto a un historiador de la policía, queremos saber que pudo haber pasado. Por favor, traten de no tocar nada hasta la visita… se los agradezco.” Se subió a su coche y se marchó. Poco a poco, de todo el alborozo, sólo quedaban algunos curiosos y la cinta amarilla, que Samuel estuvo tentado a quitar, pues su casa parecía el escenario de un crimen. La señora Bertha se acercó a July, y conoció a Samuel. Ella era una de las personas que más tiempo llevaba viviendo en el barrio, y estaba tan asombrada como la pareja, pues en todos los años de vivir en ese vecindario y de conocer todas las familias que habían ocupado esa casa… de ninguna podía decir que fueran malas personas, aunque: “… caras vemos, corazones no sabemos.” dijo la señora, antes de marcharse.
El reloj marcaba las 8:30 de la noche. Como pudieron, July y Samuel, lograron re-acomodarse e intentar continuar su rutina. Samuel debía ir al trabajo, temprano en la mañana, pero pidió el día para acompañar a su esposa durante la visita policial… esto era algo en que mejor era estar juntos. Ya iban a ser las 9 de la noche, y se habían sentado a la mesa para cenar… Todo estaba en un silencio absoluto, sólo se escuchaba la cuchara golpeando el plato lleno de comida, que nadie probó. Samuel rompió el silencio: “Cuando subí, vi hacía la parte del frente del ático, el cochecito, pero… -se detuvo, como queriendo mejor olvidar- … pero, pensé que era de esas cosas que la gente deja guardadas, basura, sólo basura…” y siguió golpeando el plato. July, comento: “¿Qué clase de gente dejaría en un ático un coche de bebé… con un bebé dentro?... Dios ¿Qué clase de gente vivió aquí?” Y ambos se miraron, como si se hubiesen conectado de una manera especial, telepática… y al unísono dijeron: “¿Y el gato?

Desde el final de la tarde, de aquel espeluznante día en el que Samuel halló en el ático, un viejo coche de bebé, con los restos óseos, casi desechos, de un infante de no más de un año (según el forense), que probablemente fue ocultado por sus padres en una época de convulsión política, teniendo en cuenta la antigüedad de la casa (según el historiador), la joven pareja nunca más volvió a escuchar al gato… Es más, nunca encontró un gato… y para ambos quedó más que claro, que lo que tanto escuchaban y les molestaba, día y noche… no era el maullido de un gato en el ático.


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Hasta la próxima y gracias por leernos.

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