La
casa de la joven pareja, se llenó de curiosos, gente que ni habían visto desde
el día que llegaron... al parecer, ese día conocieron a todo el barrio. La
policía tuvo que acordonar el lugar con cinta amarilla, para evitar que la
multitud se metiera a la casa a husmear. Samuel y July, no salían del
desconcierto.
Uno
de los agentes de policía, el que estaba a cargo, se acercó a la pareja y les
dijo con voz serena, pero segura: “Esta
casa parece que tiene su historia… No se preocupen, esto no es nada reciente,
así que ustedes no se van a ver involucrados en nada. Estaremos pendientes”.
Samuel y July, le miraban con ojos grandes, asintieron con la cabeza, pero no
supieron qué decir. “¡Ah! Una última cosa,
-dijo el agente- mañana puede venir un
forense junto a un historiador de la policía, queremos saber que pudo haber
pasado. Por favor, traten de no tocar nada hasta la visita… se los agradezco.”
Se subió a su coche y se marchó. Poco a poco, de todo el alborozo, sólo
quedaban algunos curiosos y la cinta amarilla, que Samuel estuvo tentado a
quitar, pues su casa parecía el escenario de un crimen. La señora Bertha se
acercó a July, y conoció a Samuel. Ella era una de las personas que más tiempo
llevaba viviendo en el barrio, y estaba tan asombrada como la pareja, pues en
todos los años de vivir en ese vecindario y de conocer todas las familias que
habían ocupado esa casa… de ninguna podía decir que fueran malas personas,
aunque: “… caras vemos, corazones no
sabemos.” dijo la señora, antes de marcharse.
El
reloj marcaba las 8:30 de la noche. Como pudieron, July y Samuel, lograron
re-acomodarse e intentar continuar su rutina. Samuel debía ir al trabajo,
temprano en la mañana, pero pidió el día para acompañar a su esposa durante la
visita policial… esto era algo en que mejor era estar juntos. Ya iban a ser las
9 de la noche, y se habían sentado a la mesa para cenar… Todo estaba en un
silencio absoluto, sólo se escuchaba la cuchara golpeando el plato lleno de
comida, que nadie probó. Samuel rompió el silencio: “Cuando subí, vi hacía la parte del frente del ático, el cochecito, pero…
-se detuvo, como queriendo mejor olvidar- … pero,
pensé que era de esas cosas que la gente deja guardadas, basura, sólo basura…”
y siguió golpeando el plato. July, comento: “¿Qué clase de gente dejaría en un ático un coche de bebé… con un bebé
dentro?... Dios ¿Qué clase de gente vivió aquí?” Y ambos se miraron, como
si se hubiesen conectado de una manera especial, telepática… y al unísono
dijeron: “¿Y el gato?”
Desde
el final de la tarde, de aquel espeluznante día en el que Samuel halló en el
ático, un viejo coche de bebé, con los restos óseos, casi desechos, de un
infante de no más de un año (según el forense), que probablemente fue ocultado
por sus padres en una época de convulsión política, teniendo en cuenta la
antigüedad de la casa (según el historiador), la joven pareja nunca más volvió
a escuchar al gato… Es más, nunca encontró un gato… y para ambos quedó más que
claro, que lo que tanto escuchaban y les molestaba, día y noche… no era el
maullido de un gato en el ático.
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