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lunes, 25 de mayo de 2015

El gato en el ático I

July se había mudado con su esposo a la ciudad de México, por cuestiones de trabajo. A July este traslado no le gustó, pero era o viajar o separarse indefinidamente, manteniendo un matrimonio a la distancia, pues ellos vivían en Saltillo, Coahuila, al norte del Distrito Federal. Una de las razones que afectaban a July, era porque en Saltillo tenía toda la familia, así que cuando el marido se iba al trabajo y ella se sintiera sola, la hermana menor o a veces la mamá, la iban a acompañar toda la tarde… En México D.F., no tenían a nadie.

Llegaron un martes a las 10 de la mañana, el vecindario parecía… era bastante tranquilo. Aunque algunos vecinos se acercaron para darles la bienvenida, no hubo mayor aspaviento, como si ellos fueran viejos conocidos ya; los saludaban amablemente y seguían su camino diciendo que por ahí luego se hablaban. Así pasó la jornada, hasta que los de la mudanza terminaron de meter todas las cosas en la casa… eran casi las 4:30 de la tarde; ya poco a poco la pareja de esposos se irían acomodando. Eso sí… a pesar del agotamiento, armaron la cama. A July le gustó el estilo rustico de la nueva casa, aunque la primera vez que entró sintió un frío que le enchinó la piel, pero no prestó mucha atención, pues creyó que se debía a que estaba desocupada, era amplia y tenía las cortinas cerradas… y claro, que hacía un poco de frío ese día.

Esa misma noche conocieron a un visitante nocturno bastante molesto en ocasiones, pero al cual terminaron por acostumbrarse… un gato que escuchaban maullar regularmente a media noche o durante la madrugada, encima del techo. Samuel, el esposo de July, en varias ocasiones intentó pillarlo para lanzar un zapato viejo, pero no fue posible. Incluso July lo llegó a escuchar en una de sus tardes solitarias, mientras preparaba la cena para cuando llegara Samuel del trabajo: “Seguro está oliendo la comida el muy pícaro”, decía la muchacha.
Una mañana estando de compras, después de una semana de haberse mudado, en las pocas veces que se detenía a conversar con alguien, July se encontró con la señora Bertha, que vivía a dos casas. Fue una charla breve, para contar lo agradable del barrio, cómo se habían sentido y nada más… eh, excepto por lo del gato. La chica casi que se sentía impulsada a hablar del molesto animal y saber a quién pertenecía. Doña Bertha no le supo responder, pues en el barrio no habían gatos callejeros… además que tampoco ella había escuchado ninguno durante mucho tiempo, ni de día y menos de noche. Se despidieron, y July regresó a casa.
Metió la llave, abrió la puerta… y se detuvo, casi pasmada. El maullido del gato sonaba hacia el fondo de la casa. La muchacha, se fue alrededor en el exterior, mirando el techo, pero no se veía nada… Entró de nuevo, puso las compras en la cocina, y volvió a escuchar el maullido: “¿Y si no está fuera, sino dentro?... se preguntó con audaz perspicacia. Así que en las veces que escuchó el alternado maullido, unas claras, otras débiles, fue llegando al segundo piso… por el pasillo donde estaban todas las habitaciones y el cuarto de baño. Y mientras recorría el pasillo, escuchaba el maullido justo encima de ella… como en una habitación cerrada, no era encima del techo, y supo inmediatamente que la casa tenía un ático. Buscó la escotilla… Efectivamente, estaba al final del pasillo.



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Hasta la próxima y gracias por leernos.

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