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jueves, 7 de mayo de 2015

Paseo a la finca

Los paseos a fincas son los preferidos por grupos de amigos. Si la finca o cabaña está aislada de la civilización, digamos en medio de la montaña, rodeada de árboles... wow! adquiere una mayor fascinación; uhm, contacto con la naturaleza, aire fresco, alejados del mundanal ruido, de aparatos electrónicos... e historias de miedo a media noche je je.

Llegamos el viernes en la tarde a la finca de mi amigo Luis. Éramos un grupo grande: 12 personas, 6 chicos y 6 chicas. Luis no era de este grupo, me dijo que tenía que atender unos asuntos, pero nos prestó la finca para un fin de semana. El lunes en la mañana nos iríamos... Aunque Luis, de pronto arrimaba al día siguiente; no era seguro.
Como ya les dije, llegamos el viernes. Era casi las 4 de la tarde, y el día estaba lluvioso, opaco. El camino a la finca estaba en muy mal estado, un barrizal espantoso. Desde el punto donde nos dejó el transporte, un bus escalera o guagua (como le dicen en otras partes), caminamos una hora. Cruzamos monte, un puente de madera sobre un río caudaloso y escalamos un trecho larguito de una empinada montaña por una estrecha trocha, muy resbalosa. De verdad miedosa, tuvimos que ayudarnos entre todos para subir a salvo. Yo los guiaba, conocía bien el lugar, ya había ido varias veces… pero no en esas condiciones del terreno. Al final llegamos a la cabaña, completitos, en buen estado, pero sucios hasta las orejas, empapados y con mucho frío y hambre. Eran las 4 de la tarde y parecía que fueran a ser las 6. Así que teníamos un poco más de 2 horas para instalarnos, limpiarnos y preparar alimento, antes de quedar a oscuras. Claro, alistamos las lámparas de petróleo y las de pilas.

Hacía frío, la temperaturas estaba en 15°C, y en la noche era posible que bajara hasta los 10 grados o menos. Nos aseguramos que todo dentro de los maletines estuviera seco, las cobijas y sacos especialmente. Habíamos traído tiendas de campaña, pero esta noche dormiríamos todos juntos, mañana armaríamos el campamento en una zona plana que Luis y el cuidador habían hecho para esos menesteres. La ropa húmeda se guardó en bolsas plásticas, nos limpiamos el barro con agua de un pozo y preparamos la comida en el fogón de madera… el cuidador, don Pedro, nos había dejado una pila de leña seca para nuestro uso, lo que fue un gran gesto, porque buscar leña seca cuando llegamos hubiera sido una tarea imposible. En fin, estábamos listos, no fue tan difícil. Una vez instalados, de haber recorrido y reconocido el lugar, ubicar el baño (algo muy importante), probar las camas, y ya con las lámparas encendidas y bien alimentados, nos reunimos en la habitación de huéspedes, a hacer un recuento de nuestra aventura hasta ahora. Hablábamos y reíamos sin preocupación de molestar a nadie, a pesar de ser casi las 10 de la noche; la finca estaba lejos de cualquier otra casa. Era una extraña sensación de libertad, en medio de canto de grillos y ranas… hasta que una de las chicas, Laura, dijo: “Necesito ir a hacer chichi”, todos nos reímos, pero en el ambiente esa risa… esa risa, era una risa cargada de nervios, distinta a la risa de cuando estábamos contando lo que había pasado ese día. Claro, para ir al baño, había que salir de la casa, a un cuarto estrecho, construido con tablas de madera, a unos 10 metros de distancia. Entonces yo dije: “Vamos todos, y de una vez hacen lo que tengan que hacer, porque si les da ganas a media noche, les toca hacerse en la cama”… y reímos de nuevo, aceptando de buen grado la idea.
No nos fue tan mal, estando todos juntos, sentíamos que nada nos podía pasar… que ninguno de los monstruos nocturnos que se esconden en nuestras mentes, podían salir y darnos un buen susto. Bromeamos, hicimos que Laura gritara histérica cuando simulamos que la dejábamos sola mientras usaba la letrina, y que Alberto nos insultara “con mayúsculas” cuando dábamos golpes extraños en las tablas, mientras él estaba dentro. De regreso a la cabaña, Pablo tuvo una idea, que nos pareció excelente… disfrutar una taza de café caliente.
Nos quedamos en el pórtico de la cabaña tomando café y conversando a la luz de dos lámparas de petróleo. Cuando todos escuchamos, que abajo por el camino alguien dijo: “¡Buenas!”… estaba haciendo frío, pero en ese momento, el frío de la sangre que se congela fue mayor: “Apaguen las lámparas”, dije susurrando. Y Caro y Alex, como unos resortes se pararon y las apagaron. Nos quedamos en un silencio absoluto en medio de la oscuridad absoluta, no escuchábamos ni grillos ni ranas, a pesar que no dejaban de cantar, sólo nos concentramos… en si alguien estaba subiendo. Y comenzamos a escuchar los pasos de un caballo que se escuchaba con absoluta claridad, cuando repitieron, ahora un poco más cerca: “Buenas… ¿Miguel? Soy Pedro”. El alma me volvió al cuerpo, encendimos las lámparas y casi frente a nosotros, a unos pasos del pórtico, estaba el cuidador de la finca. Todos nos asustamos de verlo tan cerca; y yo respirando profundo, le estreché la mano, diciéndole que nos alegraba mucho verlo. Tenía las manos frías, así que le ofrecimos un poco de café caliente, pero él se negó: “No patrón, voy de paso…(silencio)... tengo que subir allí arribita por unas cosas que deje y me toca irme de nuevo. Mañana a esta hora ya iré bajando y le acepto el café”. Casi sin pensarlo pregunté, y sentí que los demás aprobaban: “¿No se puede quedar esta noche? ¿No es muy peligroso recorrer este camino en las condiciones que está?”, pero él respondió de forma cortante que no, que estaba acostumbrado. Tenía una actitud extraña, triste… pero bueno, así lo había conocido siempre, depresivo; eso sí la voz era muy apagada. “Hasta luego”, nos dijo a todos y se marchó monte arriba a medios pasos, como si no tuviera afán de llegar donde tuviera que ir. Por alguna extraña razón, todos nos quedamos algo intranquilos, hasta que Carolina, esperando que Pedro ya no se viera, preguntó: ¿Y el caballo?... la noche para nosotros terminó en ese mismo instante. En total silencio tomamos las lámparas, entramos a la habitación, trancamos la puerta, y una vez cada uno en sus camas, se apagaron. Nadie dijo nada más hasta el día siguiente, excepto algunas rezos.

Mal dormidos, nos despertó alguien que decía: “¡Eh! ¿Estos todavía están durmiendo? ¡A levantarse que van a ser las 9 de la mañana!” No sabíamos a qué hora nos quedamos dormidos… teníamos planeado hacer muchas cosas ese día y queríamos ir temprano al río. El que había llegado era Luis, junto con el hermano: “¿Entonces qué Migue, mucha rumba anoche?”, me saludó y yo le respondí: “No, nada. Llegamos fue a instalarnos”… Luis delante de los que se habían levantado ya, y a oídos de los que seguían en la cama, pero ya estaba despiertos para ir al río, dijo en un tono serio: “No me puedo quedar, ustedes pueden usar la finca hasta el lunes si quieren o hasta donde les alcance las provisiones… tengo que ir a acompañar la familia de Pedro, el señor que cuida la finca. Ayer a eso de las 6 de la tarde, allá en la casa del pueblo… se pegó un tiro en la cabeza.” Nos olvidamos del río, de los planes, del fin de semana, del café caliente de la noche anterior y del café caliente que prepararíamos esa noche, y nos regresamos junto a Luis a la ciudad.


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Hasta la próxima y gracias por leernos.

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